La ley de los cerros by Chris Offutt

La ley de los cerros by Chris Offutt

autor:Chris Offutt [Offutt, Chris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 14

Mick aparcó en el hospital y cruzó el aparcamiento junto a una estructura nueva de dos plantas. Los muros eran marrones, las contraventanas y el tejado también, con sus canalones y sus bajantes. Dio por sentado que se trataba de una instalación médica. Casi todas presentaban esos tonos marrones, como si alguien hubiese ordenado el color más anodino posible para compensar el sufrimiento de quienes acudían a sus puertas.

Shifty Kissick cabeceaba junto a la cama de Linda y se espabiló en cuanto Mick abrió la puerta. Linda estaba bocarriba, enganchada a las máquinas, las puntas blandas del tubo de oxígeno torcidas bajo la nariz.

—¿Cómo está? —dijo Mick.

—El médico ha dicho que bien. Pero yo creo que estaría mucho mejor si dejaran de entrar cada dos por tres para meterle un pinchazo.

Mick asintió.

—Necesito un cigarrillo —dijo Shifty—. Vuelvo enseguida.

—¿Ha venido alguien más?

—El comisario, pero los médicos lo hicieron salir. Me alegré. De crío nunca me gustó, y ahora es un puto policía.

—Igual que yo, señora Kissick.

—Bueno, a ti no te conocí de crío.

—¿Se ha pasado Johnny Boy?

—No —dijo Shifty—. Ray-Ray y J. C. vendrán en cuanto acabe el trajín del almuerzo.

—¿Se lleva bien con J. C.?

—Cielo santo, ya lo creo. Me trata como si fuera una buena madre de verdad, algo que mis hijos no han hecho en su vida.

Se levantó y se fue. El sonido de la puerta al cerrarse despertó a Linda, que pestañeó repetidamente, miró a su alrededor como tratando de determinar su paradero, y fijó la mirada en Mick.

—¿Ya lo has arrestado? —dijo en un susurro rasposo.

—No. ¿Te acuerdas de algo?

—De cruzar el patio. Unos disparos. Entré corriendo en la casa. Luego nada. Joder. Nada de nada.

—¿Había alguien dentro?

—Puede que sí —dijo ella—. No lo recuerdo.

—Encontramos el cadáver de un hombre. Muerto de un disparo.

—¿Fui yo?

—No lo sé.

Mick vio cómo la fugaz oleada de energía abandonaba su cuerpo. Se le relajaron los músculos del cuello. Estaba dormida. Mick tomó su mano y cerró los ojos. Se despertó cuando volvió Shifty, oliendo a tabaco y comiendo patatas fritas de una bolsa pequeña. Le ofreció. Él negó con la cabeza y ella le tendió una chocolatina, que también rechazó.

—Abajo tienen una máquina que te cobra dos dólares y medio por todo —dijo ella—. Me ha dejado sin monedas.

—Mejor eso que la comida del hospital.

—Podría terminarme la macedonia de quien yo me sé.

—J. C. le traerá algo de comer.

Se levantó para dejar que se sentara.

—Cuando des con el malnacido que le disparó —dijo ella—, no lo arrestes, lo dejas tieso y sanseacabó, ¿entendido?

—Sí, señora.

Mick se dirigió a la oficina del sheriff y llamó a Sandra desde la seguridad del aparcamiento. Ella le gustaba, le gustaba de verdad, pensó, como si fuese un colegial. Solo le había gustado así otra mujer que ahora vivía feliz con otro hombre.

Sandra cogió la llamada.

—Te estoy viendo por la ventana —dijo.

—Oh, sí. Es que voy apurado. ¿Se sabe algo de balística?

—Linda no llegó a disparar su arma. Extrajeron una bala del cuarenta y cinco del marco de una ventana en la casa de Gowan.



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